Redescubrir a Lope de Vega
♌ Eduardo Yael
25 de noviembre de 2021
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Han transcurrido 459 años desde que nació El Fénix de los Ingenios: Lope de Vega Carpio (25 de noviembre de 1562 - 27 de agosto de 1635)
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El librero reclama la atención todos los días; a lado mío, viven más poetas y escritores de habla española que traducciones de otras lenguas. Ninguna sorpresa en lo anterior: soy hijo de las letras hispanas, estudié un programa de licenciatura que privilegiaba las letras mexicanas y españolas; raza vez me acerqué hacia las cuevas sonoras de la literatura inglesa y poco leí bajo el perfumado cielo sin anhelos {ni idea qué escuela literaria sea esa, pero me gusta que suene inasible}. Por ello, cada que se cumple el aniversario de un autor referente, es decir un clásico cuya obra perdura el visor del oficio (aquí convendría llamarlo con versales: Oficio), aparece en mí una sensación de extrañeza junto a cierta decepción: aun con un programa especializado, carezco de las herramientas para decir: conozco, puedo mencionar algo sobre tal coloso de la literatura. El olvido, la poca relectura y algunos años de distancia hacen eco para que mi postura crítica esté llena de tibiezas: soy un ser improvisado con las manos extendidas sobre el cadalso para que el verdugo se apiade al verlas rosadas, tersas y con las uñas limpias. Intento darme ánimos: leer toneladas de libros brinda una forma sustancial aunque no anhelo contar con ese emblema en mis gestos; prefiero reproducirme sólo con algunos libros para guarecer el incendio de una frase o un episodio narrativo. Intento darme ánimos: brindarle una forma a aquellos libros cuya sustancia me es ajena pero reconozco lo que han bebido sus autores. Cada que llega el aniversario de un titán de los Siglos de Oro, me dan ganas de esconderme bajo la cama, dormir cerca de mil años para tener algo con qué dialogar al despertar. Pero aquí salgo, poco airoso a dar la cara, con mi pequeño rostro que apenas alcanza a ser real. Por ello, tejo pequeñas semblanzas o acercamientos literarios cuando llega puntual la fecha: el brutal día cuando un volcán emergió en forma humana y escribió, con cierta honestidad, alguno de sus recuerdos o esmeros. Había tocado a Quevedo, Góngora, Sor Juana y Saavedra con ese tacto efímero que tanto describe nuestra época. Hoy toca manosearle el muslo a un gran monstruo de la literatura: Lope de Vega cumple 469 años. Más que ofrecer una selección cuidada de su obra, habría que sacar la microfibra para limpiar bien los lentes y ver que el universo de Lope mantiene ciertas concordancias con el nuestro: estamos vivos y esa condición es una oportunidad clave, ya sea para interesarse hacia la fragua de algún poema, acercarse a la obra dramática de Lope o visitar algún estudio o ensayo; el tiempo nos ofrece una ventana cada estación del año: la ventaja de tener un pretexto para acercarnos a esos autores que le dieron forma a nuestra realidad léxica. Estoy lejos de poder brindar un juicio coherente sobre la obra de Lope de Vega; la academia resguarda esa labor junto a sus extensiones, cohortes críticas que han desentrañado todas las cifras de su obra. Lo que queda de manifiesto, es que esos desciframientos no son los últimos que le dan sentido a la obra multiforme de Lope de Vega. Reconozcamos que estos autores son sólo un emblema para nuestro tiempo, pocos son los lectores que recorren los caminos sinuosos del español de Góngora, Quevedo o Lope de Vega. Hoy se publican cantidad de efemérides que conmemoran el aniversario del genio madrileño; habría que voltear a ellas y preguntar si cuentan algo del peso literario que promocionan; Lope de Vega no se encuentra en esas monografías en forma de santorales, la vida del Fénix está en los corrales escénicos del S. XVII; en la transición del clasicismo hacia el espíritu barroco. Volvamos a admitir que leemos poco a Lope, la conciencia crítica de los Siglos de Oro es inexistente en México; quedan los ecos: Quevedo fue un gran poeta enemistado de Góngora, el culteranismo se opone a Lope y Quevedo y demás reflexiones gratuitas provenientes de la estandarización de la literatura. Queda la obra viva de todos estos autores. Lope de Vega, Fénix de los Ingenios, Monstruo de la Naturaleza, que fue ser vivo y provocaba movimientos telúricos con su pluma en los teatros, coetáneo de otros titanes que mantienen relucientes sus nombres bajo la forma literaria que les precede. Algo queda claro de Lope de Vega, escribía porque respiraba en signos. Su obra es monumental como su fama pero estamos en el año 2021. El teatro es poco concurrido en estos días y los servicios de entretenimiento poco le hablan al espectador de las enclaves y formas teatrales que reproducen el contorno social: el entretenimiento ya no es visual, queda como una promesa de corto alcance. Se acerca el fin del año 2021. Un año razonado que nos regala un moño inflactario que conmoverá el significado de la tragedia. Para darle forma a los rituales decembrinos, mi deseo se adelanta al año nuevo: me voy adentrar hacia el Arte nuevo de hacer comedias en este tiempo, El castigo sin venganza y a la Gatomaquia para redescubrir al Fénix. Cualquier otra obra de Lope asegura no ser materia delgada; está Fuenteovejuna, La dama boba, El caballero de Olmedo o La Dorotea con su “acción en prosa” como la describía su autor. Lope de Vega escribió desde la edad de cinco años hasta sumar una obra prolífica, fue un gran seductor de las palabras y con ello, de diversos amores pronunciados entre las páginas del Fénix. Este pequeño fragmento del Arte nuevo de hacer comedias, es sólo un pequeña invitación para explorar su obra. Dentro de esta propuesta preceptiva, habría que indicar que Lope de Vega no sólo enfatiza la construcción de una composición dramática, describe a un público vivo y crítico; un vulgo moderno que habla nuestra lengua y pide que esté inscrito en la obra: porque, como las paga el vulgo, es justo / hablarle en necio para darle gusto:
Mas ninguno de todos llamar puedo
más bárbaro que yo, pues contra el arte
me atrevo a dar preceptos, y me dejo
llevar de la vulgar corriente, adonde
me llamen ignorante Italia y Francia.
Pero ¿qué puedo hacer, si tengo escritas,
con una que he acabado esta semana,
cuatrocientas y ochenta y tres comedias?
Porque, fuera de seis, las demás todas
pecaron contra el arte gravemente.
Sustento, en fin, lo que escribí, y conozco
que aunque fueran mejor, de otra manera
no tuvieran el gusto que han tenido,
porque a veces lo que es contra lo justo
por la misma razón deleita el gusto.