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Francisco de Quevedo

Doce poemas de Francisco de Quevedo

♌ Eduardo Yael
14 de septiembre, 2021

Francisco de Quevedo (14 de septiembre de 1580 - 08 de septiembre de 1645)

Cuando se dice escritor también se hace mención de una inteligencia creativa; sin embargo, la escritura no sólo obedece a los instrumentos de la mente humana: aquellas condiciones que si se siguen, los otros pueden llegar correctamente hacia los focos donde una obra se expande y entra en tensión. La escritura también depende del equívoco: las elipsis temporales, el pleonasmo, las asonancias y las rupturas en la coherencia del tejido son los elementos que hilvanan el cuerpo del texto para que sea pronunciado por voz humana. Francisco de Quevedo es un escritor insigne, presente en todos los libros de la literatura universal; su obra ha sido encapsulada bajo el terreno del conceptismo, clasificación fútil que sólo destaca uno de sus atributos líricos. Crítico, subversivo tradicional y mordaz; el símbolo de Quevedo cumple la condena de Borges:

De Quevedo habría que resignarse a decir que es el literato de los literatos. Para gustar de Quevedo hay que ser (en acto o en potencia) un hombre de letras; inversamente, nadie que tenga vocación literaria puede no gustar de Quevedo.

Quevedo, Francisco, Poesía. Prólogo de Jorge Luis Borges: "Quevedo."; Colección 'Sepan Cuántos...', Editorial Porrúa, 2000, México.

La imagen de Quevedo, en este punto, parece ser más un dato que los escolares aprenden como distinción entre concepto-figura; ésta refracción sólo es superficial. No se trata de un escritor cuya reflexión lírica sólo estriba en la comicidad; o un Francisco de Quevedo cuyo reflejo proviene del atropello de Pérez-Reverte bajo la forma de una ficción triste. La figura de Francisco de Quevedo se encuentra en una obra reflexiva con matices que se abren según sea su meditación: moral, metafísica, religiosa, satírica o amorosa. Su estilo hace gran uso de la retórica, ambición por delinear con precisión la figura del discurso poético, dejando en un segundo término, la imagen absorta; esto lo acerca más hacia los primeros alientos soplados de una preceptiva neoclásica que a los vapores telúricos del barroco. Su obra poética acompaña a la imagen lógica para que el artilugio refleje con precisión los objetos pulidos, sus sonetos trabajan bajo la idea del equilibrio como si se tratara de una ecuación. No por sintética una forma pierde su belleza, la reformulación lleva hacia la simbiosis y en “Amor constante más allá de la muerte”, se encuentra esa concepción de armonía presente en cualquier definición: polvo serán, mas polvo enamorado. La constancia del amor, la caricia razonada donde el polvo sigue siendo polvo, es distinta a la idea idílica del amor como agente transformador; el tipo de amor donde el cambió de los amantes se sucede bajo la metamorfosis del otro cuerpo. Los poemas amorosos de Quevedo no provienen del amor místico cuyo fervor es insostenible, parece más un vehemente, un seductor cuyo cálculo en palabras ofrenda versos para que revengan con la dádiva mayor o, en su caso, cambien su humor en forma de sátiras. No sólo a los literatos les está designado el Parnaso de Quevedo, no en su aniversario número 441. Este diablo acude si la evocación es una falda cediendo; su imperio amoroso es mi patria y cada quien sabrá llamarlo en uno de los siguientes doce poemas.

Seis poemas burlescos

Calvo que disimula con no ser cortés
Catalina, una vez que mi mollera
se arremangó, la sucedió… ¿Dirélo?
Sí, que no se la puedo cubrir pelo,
si no se da casquete o cabellera.

Desenvainado el casco, reverbera;
casco parecer ya de morteruelo;
y, por cubrirle, a descortés apelo,
porque en sombrero perdurable muera.

Porque la calva oculta quede en salvo,
aventuro la vida: que yo quiero
antes mil veces ser muerto que calvo.

Yo no he de cabellar por mi dinero;
y pues de la mollera soy cuatralbo,
sírvame de cabeza mi sombrero.
Contra D. Luis de Góngora y su poesía
Este cíclope, no sicilïano,
del microcosmo sí, orbe postrero;
esta antípoda faz, cuyo hemisferio
zona divide en término italiano;

este círculo vivo en todo plano;
este que, siendo solamente cero,
le multiplica y parte por entero
todo buen abaquista veneciano;

el minoculo sí, mas ciego vulto;
el resquicio barbado de melenas;
esta cima del vicio y del insulto;

éste, en quien hoy los pedos son sirenas,
éste es el culo, en Góngora y en culto,
que un bujarrón le conociera apenas.
Un casado ríe del adúltero que le paga el gozar con susto lo que a él le sobra
Dícenme, don Jerónimo, que dices
que me pones los cuernos con Ginesa,
yo digo que me pones casa y mesa;
y en la mesa, capones y perdices.

Yo hallo que me pones los tapices
cuando el calor por el otubre cesa;
por ti mi bolsa, no mi testa, pesa,
aunque con molde de otro me la rices.

Este argumento es fuerte y es agudo:
tú imaginas ponerme cuernos; de obra
yo, porque lo imaginas, te desnudo.

Más cuerno es el que paga que el que cobra;
ergo, aquel que me paga, es el cornudo,
lo que de mi mujer a mí me sobra.
Al mosquito de la trompetilla
Ministril de las ronchas y picadas,
mosquito postillón, mosca barbero,
hecho me tienes el testuz harnero,
y deshecha la cara a manotadas.

Trompetilla, que toca a bofetadas,
que vienes con rejón contra mi cuero,
Cupido pulga, chinche trompetero,
que vuelas comezones amoladas,

¿por qué me avisas, si picarme quieres?
Que pues que das dolor a los que cantas,
de casta y condición de potras eres.

Tú vuelas, y tú picas, y tú espantas,
y aprender del cuidado y las mujeres
a malquistar el sueño con las mantas.
Desengaño de las mujeres
Puto es el hombre que de putas fías,
y puto el que sus gustos apetece;
puto es el estipendio que se ofrece
en pago de su puta compañía.

Puto es el gusto, y puta la alegría
que el rapto putaril nos encarece;
y yo diré que es puto a quien parece
que no sois puta vos, señora mía.

Mas llámenme a mí puto enamorado,
si al cabo para puta no os dejare;
y como puto muera yo quemado,

si de otras tales putas me pagare;
porque las putas graves son costosas,
y las putillas vile, afrentosas.
Otro soneto
Que tiene ojo de culo es evidente,
y manojo de llaves, tu sol rojo,
y que tiene por niña en que ojo
atezado mojón duro y caliente.

Tendrá legañas necesariamente
la pestaña erizada como abrojo,
y guiñará, con lo amarillo y flojo,
todas las veces que a pujar se siente.

¿Tendrá mejor metal de voz su pedo
que el de la mal vestida mallorquina?
Ni lo quiero probar ni lo concedo.

Su mierda es mierda, y su orina, orina;
sólo que ésta es verdad, y esotra, enredo,
y estánme encareciendo la letrina.

Poemas diversos

Soneto amoroso
Tras arder siempre, nunca consumirme;
y tras siempre llorar, nunca acabarme;
tras tanto caminar, nunca cansarme;
y tras siempre vivir, jamás morirme;

después de tanto mal, no arrepentirme;
tras tanto engaño, no desengañarme;
después de tantas penas, no alegrarme;
y tras tanto dolor, nunca reírme;

en tanto laberintos, no perderme,
ni haber, tras tanto olvido, recordado,
¿qué fin alegre puede prometerme?

Antes muerto estaré que escarmentado:
ya no pienso tratar de defenderme,
sino de ser de veras desdichado.
Soneto amoroso definiendo el Amor
Es hielo abrasador, es fuego helado,
es herida que duele y no se siente,
es un soñado bien, un mal presente,
es un breve descanso muy cansado;

es un descuido que nos da cuidado,
un cobarde, con nombre de valiente,
un andar solitario entre la gente,
un amar solamente ser amado;

es una libertad encarcelada,
que dura hasta el postrero parasismo;
enfermedad que crece si es curada.

Éste es el niño Amor, éste es su abismo.
¡Mirad cuál amistad tendrá con nada
el que en todo es contrario de sí mismo!
Don Francisco de Quevedo
Piedra soy en sufrir pena y cuidado
y cera en el querer enternecido,
sabio en amar dolor tan bien nacido,
necio en ser en mi daño porfiado,

medroso en no vencerme acobardado,
y valiente en no ser de mí vencido,
hombre en sentir mi mal, aun sin sentido,
bestia en no despertar desengañado.

En sustentarme entre los fuegos rojos,
en tus desdenes ásperos y fríos,
soy salamandra, y cumplo tus antojos;

y las niñas de mis ojos míos
se han vuelto, con la ausencia de tus ojos,
ninfas que habitan dentro de dos ríos.
Desde la Torre
Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos, pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos
y escucho con mis ojos a los muertos.

Si no siempre entendidos, siempre abiertos,
o enmiendan, o fecundan mis asuntos;
y en músicos callados contrapuntos
al sueño de la vida hablan despiertos.

Las grandes almas que la muerte ausenta,
de injurias de los años vengadora,
libra, ¡oh gran don Iosef!, docta la imprenta.

En fuga irrevocable huye la hora;
pero aquélla el mejor cálculo cuenta
que en la lección y estudios nos mejora.
Represéntase la brevedad de lo que se vive y cuán nada parece lo que se vivió
“¡Ah, de la vida!”... ¿Nadie me responde?
¡Aquí de los antaños que he vivido!
La Fortuna mis tiempo ha mordido;
las Horas mi locura las esconde.

¡Qué sin poder saber cómo ni adónde
la salud y la edad se hayan huido!
Falta la vida, asiste lo vivido,
y no hay calamidad que no me ronde.

Ayer se fue; mañana no ha llegado;
hoy se está yendo sin parar un punto;
soy un fue, y un será, y un es cansado.

En el hoy y mañana y ayer, junto
pañales y mortaja, y he quedado
presentes sucesiones de difunto.
Amor constante más allá de la muerte
Cerrar podrá mis ojos la postrera
sombra que me llevare el blanco día,
y podrá desatar esta alma mía
hora a su afán ansioso lisonjera;

mas no, de esotra parte, en la ribera,
dejará la memoria, en donde ardía:
nadar sabe mi llama la agua fría,
y perder el respeto a la ley severa.

Alma a quien todo un dios prisión ha sido,
venas que humor a tanto fuego han dado,
medulas que han gloriosamente ardido,

su cuerpo dejará, no su cuidado;
serán ceniza, mas tendrá sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado.
Francisco de Quevedo 🦀

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