Palíndromo
Raymond Chandler

5 consejos de Raymond Chandler que te ayudarán a escribir mejor

♌ Eduardo Reséndiz
23 de julio, 2021
🕵

Siguiendo algunos fragmentos de El simple arte de matar

Te encuentras varado frente a una página en blanco, las horas y los días pasan y tu ropita comienza a oler medio raro: por fin escribes una frase pero no tiene sentido ni en el timeline de Yuya. Piensas que podría ser efecto de la tecnología, pues ni Moby Dick ni Cien años de soledad fueron escritos viendo un monitor. Sacas el viejo cuaderno y tus plumitas de colores pero nada sucede: el mantra ha fallado y las páginas siguen vacías. Descuida, no todos somos novelistas ni poetas. Escribir es saber escuchar con más sentidos que los habituales. Por eso hemos considerado ayudarte y traer a cuenta a un maestro del oficio en su aniversario. Se trata de Raymond Chandler (23 de julio de 1888 - †26 de marzo de 1959).

Si no conoces el nombre, no nos sorprende que no sepas escribir pero todo tiene remedio. Raymond Chandler fue uno de los escritores que inauguraron el género negro dentro de la narrativa contemporánea. Si te entretienes viendo las series de CSI, Bones, The mentalist o demás tipo de cositas que creías de suspenso y originales, ten en cuenta que son herencia de dos gigantes literarios: Raymond Chandler y Dashiell Hammett. Ambos escribieron novela negra y ambos ensayaron sobre las líneas finas de su oficio. Claramente, ambos sabían que no estaban descubriendo nada nuevo pero la “Serie negra” sí se define frente a sus antecedentes con la llegada del cine. Es decir, la novela negra siempre la veremos en blanco y negro o en colores sepia debido a que estos escritores fueron también guionistas de las primeras series o montajes cinematograficos, inaugurando el lenguaje con el que se puede construir un episodio de detectives. Específicamente Chandler defendía la idea de engañar al lector sin estafarlo. No caer en la inverosimilitud: ser crítico con el trabajo propio y extraño:

Hay una novela de Freeman Wills Crofts en la que un asesino, con la ayuda de maquillaje, sincronización de fracciones de segundo y una muy bonita huida, personifica al hombre que acaba de asesinar, con lo cual logra tenerlo vivo y lejos del lugar del asesinato. Esto es lo que se conoce como hacer que dios se le siente a uno en el regazo. Un asesino que necesita tanta ayuda de la providencia se encuentra en el oficio equivocado.

Más que cinco consejos del tipo: “la disciplina y la inspiración son tus aliados”, hemos compilado fragmentos del ensayo El simple arte de matar de Chandler que esperamos te sean útiles. No sólo se encuentran vigentes cuando se plantea un guión o tornear a un personaje; si se leen con atención, Chandler reposiciona al autor y al crítico dentro de la figura del detective. No se tratan de pequeñas viñetas ni tampoco de una fórmula establecida, requieren de una lectura crítica. El mismo ensayo y tono de Raymond Chandler lo especifica: Tampoco es parte de mi tesis la de constituir una forma vital e importante del arte. No existen tales formas vitales e importantes en el arte; sólo existe el arte y en muy escasa proporción. Así que prepárate para recibir unos buenos ganchos de este escritor; es decir, sólo mira su retrato y pregúntate frente al espejo si cuentas con la misma solidez:

Raymond Chandler

5 consejos en forma de fragmentos que te ayudarán a escribir

El asesinato es una frustración del individuo y por consiguiente una frustración de la raza. Aun en la muerte, todo ser tiene derecho a su propia identidad.

El buen relato de detectives y el mal relato de detectives se refieren exactamente a las mismas cosas. Supongo que el primer dilema de la novela de detectives tradicional, clásica, directamente deductiva o de lógica consiste en que para acercarse en alguna medida a la perfección, exige una combinación de cualidades que no se puede encontrar en el mismo espíritu. El constructor frío no siempre crea al mismo tiempo personajes vivaces, un diálogo agudo, un sentido de ritmo y un penetrante empleo del detalle observado. El torvo lógico obtiene tanto ambiente como el que hay en un tablero de dibujo. El investigador científico tiene un bonito y reluciente laboratorio nuevo pero lo siento mucho, no puedo recordar su cara. El tipo puede escribirle a uno una prosa vívida y llena de colorido pero no se molesta en absoluto con el trabajo de atacar las coartadas inatacables. Si sabe que el platino no se funde por debajo de los 2,800 grados Fahrenheit, pero no lo hace bajo la mirada de un par de ojos intensamente azules, entonces no sabe cómo hacen el amor los hombres en el siglo xx.

No hay temas vulgares; sólo hay mentalidades vulgares. Todos los que leen escapan de algo hacia lo que hay detrás de la página impresa; puede discutirse la calidad del sueño, pero la liberación que ofrece se ha convertido en una necesidad funcional. El mal escritor es deshonesto sin saberlo, y el escritor más o menos bueno puede ser deshonesto porque no sabe en relación con qué ser honesto. Si los escritores de ese tipo de ficción escribieran sobre los asesinatos que ocurren en la realidad, también estarían obligados a escribir sobre el auténtico sabor de la vida, tal como es vivida. Y como no pueden hacerlo, fingen que lo hacen. El único tipo de escritor que podría sentirse dichoso con esas propiedades es el que no sabe qué es la realidad.

Todos los movimientos literarios son así: se elige a un individuo como representante de todo el movimiento; por lo general, es la culminación de éste. Tenía tiempo que se llevaba a cabo un desenmascaramiento más o menos revolucionario, tanto en el lenguaje como en el material de la literatura de ficción. Es probable que comience en la poesía: casi todo comienza en ella. Pero Hammett aplicó ese desenmascaramiento al relato detectivesco. Una parte la inventó; todos los escritores lo hacen, pero Hammett extrajo el crimen del jarrón veneciano y lo depositó en el callejón. Hammett escribió al principio para personas con una actitud aguda y agresiva hacia la vida. No tenían miedo del lado peor de las cosas; vivían en ese lado. La violencia no les acongojaba. Hammett devolvió el asesinato al tipo de personas que lo comente por algún motivo, y no por el solo hecho de proporcionar un cadáver. Y con los medios que tenían, no con pistolas de duelo cinceladas a mano, curare y peces tropicales. Describió a esas personas en el papel tales como son, las hizo hablar y pensar en el lenguaje que habitualmente usaban para tales fines. Tenía estilo, lo desarrollaba en un lenguaje que no se suponía capaz, escrito en el tipo de jerga que creían hablar ellos mismos. Todo lenguaje comienza con el lenguaje hablado, en especial con el que hablan los hombres comunes, pero cuando se desarrolla hasta el punto de convertirse en un medio literario, sólo tiene la apariencia de lenguaje hablado. En el mejor de sus momentos podía decir casi cualquier cosa. Yo creo que ese estilo, que no pertenece a Hammett ni a nadie, sino al lenguaje, puede decir cosas que él no sabía cómo decir ni sentía la necesidad de decir. En sus manos no tenía matices, no dejaba un eco, no evocaba una imagen más allá de una colina distante. Hizo lo que los mejores escritores pueden llegar a hacer: escribió escenas que en apariencia nunca se habían escrito entonces. Y a pesar de todo, no destrozó el relato detectivesco formal. Nadie puede hacerlo, la producción exige una forma que se pueda producir. Hammett hizo algo más: hizo que resultase divertido escribir novelas de detectives, y no un agotador encadenamiento de claves insignificantes. Es fácil abusar del estilo realista: por prisa, por falta de conciencia, por incapacidad para franquear el abismo que se abre entre lo que a un escritor le gustaría poder decir y lo que en verdad sabe decir. Es fácil falsificarlo: la brutalidad no es fuerza, la ligereza no es ingenio, y esa manera de escribir nerviosa, al borde de la silla, puede resultar tan aburrida como vulgar. Y hay todavía por ahí algunas personas que dicen que Hammett no escribía relatos detectivescos, sino simples crónicas empedernidas de calles del hampa. Son las ancianas aturdidas que prefieren sus misterios perfumados con capullos de magnolia y no les agrada que se les recuerde que el asesinato es un acto de infinita crueldad.

Al lector se le hace pensar constantemente en otra cosa. [...] un efecto de movimiento, de intriga, de objetivos entrecruzados, y el gradual esclarecimiento de lo que son los personajes, que de cualquier manera es todo lo que la novela detectivesca tiene derecho a ser. El realista de esta rama literaria escribe sobre un mundo en el que los pistoleros pueden gobernar naciones y casi gobernar ciudades, en el que los hoteles, casas de apartamentos y célebres restaurantes son propiedades de hombres que hicieron su dinero regentando burdeles; en el que un astro cinematográfico puede ser el jefe de una pandilla y en el que un hombre simpático es el jefe de una banda de controladores de apuestas. Un mundo en el que ninguno puede caminar tranquilo por una calle oscura, porque la ley y el orden son cosas sobre las cuales hablamos, pero que nos abstenemos de practicar; un mundo en el que uno puede presenciar un atraco a plena luz del día, y ver quién lo comete, pero retroceder rápidamente a un segundo plano. No es un mundo muy fragante, pero es el mundo en el que vivimos. En todo lo que se puede llamar arte hay algo de redentor. Pero por estas calles bajas tiene que caminar el hombre que no es sino él mismo, que no está comprometido ni asustado. El detective de esa clase de relatos tiene que ser un hombre así. Es el protagonista, lo es todo. Un hombre de honor por instinto, por inevitabilidad, sin pensarlo, y por cierto, sin decirlo. Si es un hombre de honor en una cosa, lo es en todas las cosas. Es un hombre relativamente pobre, es un hombre común. Tiene un cierto conocimiento del carácter ajeno o no conocería su trabajo. Es un hombre solitario, su orgullo reside en que se le trate como a un hombre orgulloso o se tenga que lamentar de haberle conocido. Habla como habla el hombre de su época, es decir, con tosco ingenio, con un vivaz sentimiento de lo grotesco, con repugnancia por los fingimientos y con desprecio por la mezquindad. El relato es la aventura de este hombre en busca de una verdad oculta. Tiene una amplitud de conciencia que le asombra a uno porque pertenece al mundo en el que vive.

Extra para disfrutar con galletas

Todos los escritores de relatos de detectives cometen errores, y ninguno sabrá nunca tanto como debería. Conan Doyle cometió errores que invalidaron por completo algunos de sus relatos, pero fue un precursor, y a fin de cuentas Sherlock Holmes es sobre todo una actitud y algunas docenas de líneas de un diálogo inolvidable. Las narraciones detectivescas publicadas todavía siguen la fórmula que los gigantes de esa era crearon, perfeccionaron, pulieron y vendieron al mundo como problemas de lógica y deducción: por frágil que pueda ser la textura del relato, debe ser presentado como un problema. Si no es eso, no es ninguna otra cosa. Nada tiene que lo convierta en ninguna otra cosa. Si la situación es falsa, ni siquiera se la puede aceptar como una novela ligera, pues no hay relato alguno que la novela ligera tenga como contenido. Si el problema no contiene los elementos de verdad y plausibilidad, no es un problema; si la lógica es una alusión, nada hay que deducir. Si la personificación es imposible en cuanto se informa al lector de las condiciones que debe tener, entonces toda la novela es un fraude. Pero el lector no está obligado a conocer los hechos de la vida; el experto en el caso es el autor.

Archivo

q