Palíndromo

M. Hernández & El herido

Redacción
1942
17:43h

Miguel Hernández nació en Orihuela, España, en el año de 1910. Su poesía es adscrita dentro de los representantes de la generación de 1936. Tal año marca también el inicio de la Guerra Civil Española; para enumerar las características de la generación del 36 no valdría decir si sólo hay una consistencia y conciencia literaria, pues parece que la extensión de la guerra es expansiva hacia otros representantes y generaciones ulteriores en el tiempo. El estado de alarma se vuelve un rasgo íntimo al padecer la confrontación, atestando y convirtiendo en un panorama foráneo lo que antes de la guerra era un eco similar de tierra. Para algunos escritores la literatura se vuelve un espacio de resistencia, donde no sólo se reivindica la textura de las preceptivas al enmarcar el relieve atestiguado en los registros poéticos y narrativos, sino que se vuelve una resistencia en el sentido vital de agrupar esperanza, conocimiento de esa esperanza que da soltura a un espíritu. Pensar que la generación del 36 es la única y la que se debe por la guerra civil, es olvidar a otros escritores envueltos en tal pesar; extrayendo a otros exponentes de la generación del 27, podemos recordar algunos poemas de Dámaso Alonso, Luis Cernuda o de Vicente Aleixandre; poemas que pertenecen respectivamente a los autores citados como Insomnio, 1936 y No existe el hombre. En el último poema anotado, Aleixandre anuncia una atmosfera gris que contempla una luna pura, el título agazapa una de las consternaciones de Aleixandre sobre la existencia humana, tal existencia es reunida bajo la sospecha de un espacio maltrecho y despojado de una humanidad propia, pero también en ese escenario se abre una rendija de esperanza: Enciende las ciudades hundidas donde todavía se pueden oír / (qué dulces) las campanas vividas, esta cadencia reincide en otro de los poemas de Aleixandre donde agudiza con un juicio fulminante: ¡Humano: nunca nazcas! Ambos poemas son publicados después del inicio de la guerra civil española pero muy cercana a la fecha de 1936. Los otros dos restantes, tanto el de Dámaso Alonso como el de Luis Cernuda, son publicados entre 1944 y 1955. Quizá la distancia entre las generaciones del 27 y del 36 se deba a Pablo Neruda y su concepto sobre la poesía impura, en el primer número de la revista Caballo verde para la poesía, coordinado por el mismo, hace un llamado que incide hacia otro lazo por aprehender la realidad y por una poética disuadida, en apariencia, con la del 1927:

Así sea la poesía que buscamos, gastada como por un ácido por los deberes de la mano, penetrada por el sudor y el humo, oliente a orina y a azucena, salpicada por las diversas profesiones que se ejercen dentro y fuera de la ley. Una poesía impura como un traje, como un cuerpo, con manchas de nutrición, y actitudes vergonzosas, con arrugas, observaciones […] la entrada en la profundidad de las cosas en un acto de arrebatado amor, y el producto poesía manchado de palomas digitales, con huellas de dientes y hielo, roído tal vez levemente por el sudor y el uso. Hasta alcanzar esa dulce superficie del instrumento tocado sin descanso, esa suavidad durísima de la madera manejada, del orgulloso hierro. La flor, el trigo, el agua tienen también esa consistencia especial, ese recuerdo de un magnífico tacto.

Pero esa poética que busca la manifestación de ese magnífico tacto no es disconforme al concepto de poesía pura. Regresemos de nuevo al año de 1936. Ese año Federico García Lorca muere, aquel poeta tuvo que ver con la inclusión o la relación que hubo entre varias generaciones españolas del siglo XX, pero no muere el retorno hacia una métrica que empujaba ver con clarividencia simple la intuición de un mundo real y puro donde se manifiesta la poesía, pensando en las formas métricas del Romancero gitano. Amigo tanto de Dámaso Alonso, Aleixandre, Neruda y Miguel Hernández; Lorca aparece entre ellos como emblema esclarecedor entre poéticas disuadidas. Pensemos que la poesía pura e impura componen, como aquel otro poeta intuyó en uno de sus ensayos, una poesía plena o entera. La obra conocida de Miguel Hernández parece adscribirse hacia el rasgo de una poesía entera, sus poemarios cambian de estilo para fusionar las mejores actitudes en el uso figurativo de la poesía para el impulso de su anunciación; pensando desde aquel libro de Silbos hasta Cancionero y romances de ausencias, Hernández agudiza en su obra con urdir los episodios biográficos al hilvanarlos según las propias necesidades de un padecimiento vital. Así encontramos que hay elementos propios que ha adquirido, ya sea de Aleixandre o de Neruda. En uno de los poemas que conforman El hombre asecha, hace referencia hacia dos actitudes que se repiten en su obra: la soledad y los malestares provocados por la guerra, el inicio infiere hacia dónde apunta el mismo Hernández su literatura:

Entre todos vosotros, con Vicente Aleixandre
y con Pablo Neruda tomo silla en la tierra:
tal vez porque he sentido su corazón cercano
cerca de mí, casi rozando el mío.
Con ellos me he sentido más arraigado y hondo,
y además menos solo. Ya vosotros sabéis
los solo que yo voy, por qué voy yo tan solo.
Andando voy, tan solos yo y mi sombra.

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