Palíndromo
Muchos libros

El arte de llenar libreros

Eduardo Reséndiz
1521
23:21h

El [trémulo] arte de hacer libros requiere de osadía frente al encuentro de los textos y su promesa de guarecer algo que excede al lenguaje. El oficio parece sencillo: hacer un objeto que perdure los textos. En esta relación formal, el libro proviene de primigenias formas que dieron el espacio a la escritura: el albor del oficio creó objetos amables y los primeros rudimentos llevaron consigo la impresión de una imagen pulsante: vasijas con un cinturón de versos intentaban expresar la sensación de beber agua o vino, elementos orfebres que el verso acuñó para referir la eterna historia de un encuentro nocturno y una despedida, o una lámina que desafió la cercanía del [mar y del] oleaje y relató un [lenguaje apacible] mar apacible en su lápida. Luego la historia reabrió la escritura y el espacio de las hojas fue sagrado al enunciar una plegaria intervenida por la literatura: bellos parajes extendieron la región del editor y el dominio de la imprenta transformó la celeridad de la población lectora. Arte seglar en la posición pendular del tiempo, la labor de hacer libros es un acto silencioso advertido por los lectores que frecuentan dilucidar sobre el universo contiguo luego de las páginas. Escenario de una notación mítica que la edición ha marcado en la tradición como el advenimiento de un lugar secreto y hermoso: los libros únicos. Quizá el arte de hacer libros no sea otra cosa que una remembranza, un sueño idílico sin aleación que se ha externado hacia el trabajo editorial. Sin embargo, el trabajo con los libros tendrá el misterio inherente de los textos, las obsesiones literarias y el obediente juego de los prestidigitadores. Ya sea por el uso de una imagen editorial, la constante reinterpretación de la portada, los cintillos y recubiertas, u otras partes que integran la congruencia editorial como un sistema recabado; la edición literaria realiza un compendio de prácticas complejas que acompañan momentos de asombro.

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