Palíndromo
Cubierta Señores

Cubierta de Señor Protozoario. Palíndromo, 2020.

Hacia casa con 'Señor Protozoario'

Karina Sosa Castañeda
2020
🜏

◸Prólogo de Señor Protozoario◿

Quiero empezar hablando de los poetas que más me gustan: Anne Sexton, Anne Carson, Charles Simic, Helena Paz Garro, Pura López Colomé.

Quiero usar ese recuerdo para pensar en un cuadro: un espejo negro en el que me miro mientras hace frío y llueve.

Pienso ahora mismo en eso porque leo Señor Protozoario de Humberto Martínez. Llevo días leyéndolo y pensando en cómo escribir el poema sobre la colisión y los cuerpos chocando contra el vacío: vidrios, náuseas, gajos de sangre (coágulos) quiero decir.

Quiero hablar de fotografías de desconocidos exhibidas en promocionales de tiendas en la calle de República de Cuba. Las fotos que nadie reclamó de bodas y graduaciones.

Quiero hablar de la sensación de despertar extraviada y lejos de casa y pedir desayuno continental mientras la ciudad (cualquier ciudad), se muestra desnuda: gris y encantadora para los atormentados, como yo ahora mismo.

¿Qué es un cráneo? ¿Qué es un zapato? ¿Cómo es una habitación? De alguna manera todo eso se revela en Señor Protozoario.

La primera vez que leí algo de Humberto fue hace años, en alguna clase de la Universidad, y supe que ese chico estaba buscando responderse preguntas para las que nadie tenía respuesta alguna. Me gustó descubrir a otro obsesivo.

Tengo en el brazo izquierdo un tatuaje: un cráneo. No es un cráneo cualquiera, es el cráneo del rey Hamlet. Tengo tatuado un cráneo para recordar algo sobre la existencia. Y ese recuerdo vuelve a mí al leer estos poemas como un signo: la memoria de lo ignorado.

Me resulta complicado pensar este texto como un prólogo. Pienso que hablo con mi amigo, Humberto, el autor de estos poemas sobre un día largo en la oficina y después volver a casa.

Quiero hablarle del polvo entre los libros, del chofer del taxi que venía drogado, quiero contarle que acá hace frío. Me gustaría mucho tener una alberca. O ir a una caminata larga hasta llegar a las faldas de un volcán y explorar por esos rumbos, haciendo fotografías y apuntes. Me gustaría tener un cianometro y saber usarlo.

Llegar a casa y encender la lámpara para leer a Kóezer: ¿tiene un poema sobre caballos? Recuerdo que en alguno de sus poemas hablaba de Jacob Böeme, el zapatero de Dios, y también dice algo sobre los botones y el amor.

Quisiera contarte sobre mi obsesión con acudir a mis citas dentales con puntualidad y la sensación escalofriante de escupir frente a mi dentista una mezcla de saliva, sangre y listerine azul por un cono de metal que no sé a dónde va a parar... pienso que sí: el poema estalla en fonemas dentales. Aunque no había pensado nunca en eso.

Pienso si Humberto tendría respuestas. Recuerdo al joven que leía poesía en clase y que me dijo que le gustaba algo que había escrito sobre el color morado.

Me gustaría hablar también de eso, pero ahora no es un buen momento.

Los poemas están allí, como un bodegón que se ofrece a los antepasados en una casa en ruinas.

Pienso en ello y me veo sobreviviendo. Y pienso en una imagen lejana de coágulos, vidrios y heridas. Pienso que todo es ficción y que esta noche es un invento que escapa por una alcantarilla.

Huele a jazmines y se anuncian los muertos, debería intentar decir algo sobre las lágrimas:

El hueso nasal indica filtración de partículas, resequedad infinita y celdas abiertas, su afilamiento puede desgarrar guantes de látex; en el lacrimal, las láminas óseas derraman llanto melancólico o bufonesco y el hueso palatino funciona como un imán de obleas.

No hay más.

Archivo

T