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Pequeña Babel, @Error420

Subcontratación

Fabrizio Constantin
Febrero, 2021
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El trabajo como mercancía

Pocos son los temas que dividen la opinión del público a tal grado que no es posible mantenerse al margen. En dichas cuestiones se nos exige que tomemos una postura; y con justa razón. Puesto que lo que está en disputa no es de escasa importancia. Al final, si el esquema de subcontratación u outsourcing se mantiene como hasta ahora lo ha estado o se modifica o se erradica, tendrá —lo queramos o no— una influencia notable en nuestras vidas. No es, evidentemente, un tema sencillo, tampoco es uno del que debamos huir; es, sin duda, uno que debemos debatir y repensar profundamente. Como ya lo hemos dicho: la situación nos exige tomar una postura y lo peor que podríamos hacer en estos momentos es mantenernos al margen, ser indiferentes o dejar que otros actúen sin considerar lo que tenemos que decir o, por lo menos, expresar nuestro parecer. Sería ingenuo o hasta incrédulo pensar que dicho debate “no me incumbe” o que “no me interesa”; cuando dependiendo de lo que se resuelva se decidirá nuestro futuro laboral. Es en estos momentos donde debemos hacer hincapié en el animal político de Aristóteles; ese ser que está en una comunidad y cómo tal no debe ser pasivo, sino activo y siempre actuar en pro de su comunidad.

Digámoslo de inicio: la subcontratación, el outsourcing o la tercerización; los tres nombres por los cuales se designa un esquema laboral en el cual una empresa no contrata directamente a sus empleados y lo realiza mediante un tercero, no es algo que deba ser tenido por vil o deshonesto. Es un método de contratación, nada más. Son las malas prácticas y los abusos que se cometen en contra de los trabajadores bajo este esquema lo que ha abierto el debate en torno a si debería ser regulado o abolido.

De manera concisa: no debemos abolir el outsourcing, sólo es un mero método de contratación; lo que sí hay que suprimir son todos los atropellos que se cometen bajo dicho esquema; de ahí que una reforma sería lo más conveniente y lo más apropiado.

De igual modo, cuando el outsourcing se apega al margen legal y otorga todas las prestaciones que por ley le corresponden al trabajador resulta beneficioso. Por el contrario, cuando se busca reducir los costos y evadir las obligaciones fiscales y laborales es cuando aparece la explotación y la precariedad. Contra eso nos oponemos, lo que deseamos abolir: esa lacra que no debería de existir y la vemos en cada oferta laboral, en todos y en cada uno de los puestos para los cuales nos postulamos; esos sueldos terribles, horarios extenuantes, sin seguro social, sin aguinaldo, ser despedido anualmente y recontratado para de este modo no generar ningún tipo de antigüedad; todas y cada una de estas prácticas no deberían tener razón de existir, nadie debería ser víctima de un esquema tan atroz, que en ningún momento vela por la integridad de ser humano y que es capaz de denigrar con tal de obtener máximos beneficios económicos.

Es que no puedes entrar a cualquier trabajo esperando empezar siendo un ejecutivo, siempre debes empezar desde abajo. He aquí la típica defensa a favor de dichas malas prácticas, defensa que no acierta a la cuestión.

Se nos dice que debemos sufrir para probar nuestra valía. ¿En realidad, ese sufrimiento es necesario? ¿No será, más bien, que todo trabajo, independientemente de cuál sea, debería tener por obligación otorgarles a sus empleados seguridad social? ¿Permitiremos que existan empresas cuya nómina se encuentra prácticamente toda por subcontratación? Sin importar qué clase de empleo y jerarquía interna, todos deben tener sus derechos laborales íntegros.

Efectivamente, son derechos porque se está en posesión de ellos sin importar las circunstancias: son derechos fundamentales irrenunciables; deberían ser inviolables. Bajo esa premisa se constituyeron leyes laborales: preservar derechos y prevenirnos de la profanación laboral. No se crearon para atropellar a las empresas, su cometido es proteger a cualquier trabajador de los abusos que los empleadores puedan cometer.

Es necesario recordar que, cuando iniciaba el capitalismo y no existían tales derechos laborales, los niños de doce años y las mujeres tenían un horario de extenuantes doce horas. He aquí la prueba de que reformas laborales fueron necesarias para disminuir (evidentemente erradicada no está) la explotación. Por ejemplo, ¿qué decir de Nestlé? La empresa ha reconocido recientemente que ha utilizado mano de obra esclava para la recolección de chocolate.

Tanto se menciona la diferencia de nuestro sistema económico de los demás —no sólo eso, sino la clave de la superioridad—, es el poder de cada decisión. La libertad que otorga a todos los que participan en dicho sistema se parangona con otros modos de producción como el feudalismo, esclavismo, socialismo y otros; resaltando que en éstos no hay poder de decisión y no hay posibilidad de elegir nuestro empleo; mucho menos de renunciar. Digámoslo en una oración: todo lo que no es capitalista, no es libre.

¿Realmente es esto así? ¿Nuestra libertad se basa en una mera decisión laboral? No, eso no es libertad. Son meras elecciones dentro de dicho sistema que no deciden el funcionamiento del mecanismo. Libertad no es elegir entre una marca de teléfono, de tenis o de comida: ¡Quién diría que la esclavitud consiste en no poder comprar dónde te plazca! De forma reciente, me enteré que en el Imperio Romano un esclavo era tal por no poder comprar lo que le venga en gana. Esas meras elecciones egoístas y personales no tienen ningún impacto real en la comunidad, es aquí donde aparece nuestra aporía: sólo en sociedad es posible el concepto de libertad.

En elecciones presidenciales, o para diputados o todo aquello que tenga que ver con la polis, ahí sí que hay libertad, la voluntad del pueblo y la voluntad del individuo coalicionan. Aunque no sea elegido tu candidato, la participación acude como acto de libertad.

Entonces la dichosa y recalcada libertad individual entra a un espacio inestable, la suma de libertades individuales parece más un invento del capital para re-producirse. No es un acto de libertad el ganar dinero y luego decidir gastarlo, son actos egoístas. Lo anterior no tiene nada de reprochable pero no cabría expresar la libertad desde ese acto, sólo es un ciclo entre el deseo y las mercancías, no existe un intercambio con las ideas de otro.

Este es el motivo por el cual Kant, en la Crítica de la razón práctica, dejó estipulado que la verdadera libertad sólo es posible bajo el imperio de la ley, estando en una comunidad. Su imperativo categórico sólo funciona referido a los demás: “obra de tal manera que tu acto se vuelva una ley universal”, esto estipula que dicho imperativo categórico es tal porque no se puede evadir: debe obedecerse siempre, la verdadera libertad nos obliga a elegir, nos coacciona a hacer uso de ella; por eso es un imperativo: nunca se debe usar a la humanidad como un medio, siempre es un fin. Todo acto de la razón y toda acción del estado deben tener como finalidad el bienestar de la humanidad, no usarla como medio para un fin, de modo que las leyes y el todo el funcionamiento del estado puede ser alterado para provecho de la comunidad. Esto es lo que invierte el capitalista, si bien la empresa tiene la finalidad de generar ganancias, en ningún momento le es lícito hacer uso de las personas como si fueran meros instrumentos, des-humanizarlos para así poder obtener el máximo provecho de ellos. Es difícil creer que el no tener ningún tipo de seguridad social es bienestar.

Dicho esto, un acto de verdadera libertad es decidir no sólo por mí sino para todos. Al pronunciarnos sobre la subcontratación y tomar una postura estamos ejerciendo nuestra libertad; sí, también para los partidarios de mantener las condiciones laborales conforma un acto libre. Lo innegable es la trascendencia de una libertad crítica en la comunidad. De nuestra comunidad depende el cómo quiere ser tratada o si las condiciones actuales son las necesarias.

Trabajar cerca de 12 horas diarias por un salario mínimo, sin prestaciones de ley, con la paranoia de sufrir despidos injustificados en fechas de aguinaldo y el no generar antigüedad son interpretaciones que nos ha marcado la práctica laboral desde el sesgo de quien nos contrata. Nuestro ejercicio de libertad también se encuentra de por medio. Lo molesto es cuando escuchamos a esas voces que vienen de fuera, sin sentido de comunidad, y nos hacen el favor de abrirnos nuestro panorama al decir que pedimos mucho. No, no pedimos nada que la generación pasada no tuviera y que tiene un nombre: derechos laborales.

“¿Sabes que si prohibimos la subcontratación o la modificamos las tasas de desempleos se dispararán como nunca antes?” He aquí su argumento, por no decir que es el único o al menos el más destacado y el que esgrimen contra todos los que buscan la desaparición o reforma de dicho esquema. ¿Qué podemos decir? Sabemos que se perderán empleos —alrededor de cuatro millones—, es una consecuencia directa: no lo ocultamos, no fingimos desconocer lo que significa prohibir dicho esquema, y aun así deseamos modificarlo y aun así estamos a favor de su desaparición cuando las prácticas son sortear el marco legal. “Es que son muchos los que se quedaran sin trabajo”, “Es que ya no seremos de los países con mayor atractivo para invertir”. Todos esto lo sabemos, no lo minimizamos, no lo desconocemos; por el contrario, lo tenemos bien presente y no es que no nos importe; claro que nos interesa, y aun así no cederemos. Por nuestros amigos, familiares e inclusive hijos, para quienes deseamos que no tengan que sufrir las fatigas de tan duro esquema. Los que más se oponen se piensan muy listos porque creen que desconocemos todo lo que conlleva dicha decisión. Ya hemos mostrado que no es así: ni por desconocimiento, ni tampoco es una especie de locura, es algo que se llama coraje. Así la define Platón en su diálogo Laques, alguien que es valiente sabe a lo que se enfrenta, sabe las duras consecuencias que puede acarrear su decisión —las tiene bien claras—, sabe que puede fracasar y perder lo poco que tiene; nada de esto lo detiene. Cuando Espartaco, el esclavo-gladiador, se liberó y fue hostil a Roma, reclutaba, de entre todos, aquellos privados de su libertad, a nadie le escondió lo que la insurrección suponía, tenían bien claro que podían morir, que el mero hecho de apoyar la causa de Espartaco ya los condenaba a muerte y aun así se unieron y aunque sea por un momento doblegaron a Roma. ¿Vamos a creer que ninguno de ellos tenía familia o que no sabían que podían perderlo todo? Claro que lo tenían presente, y con eso en mente prefirieron abandonar un techo, alimento y algo de seguridad para sus hijos. Todo esto lo dejaron atrás porque juzgaban que nada de aquello tenía tanta valía como la libertad, no importaban las comodidades o incluso esos exiguos beneficios que recibieron. La esclavitud, por mucho que se oculte y modifique sus apariencias, continúa siendo esclavitud.

Emulemos a los mentados soldados. Démosle la vuelta a la situación. Que nadie dentro de nuestras filas desconozca todas las consecuencias que acarrea reformar o abolir el outsourcing, que a nadie se le oculte que será una transición dolorosa, que nadie claudique o se doblegue. El hecho de que las empresas prefieran dejar a miles de personas desamparadas antes de ofrecer seguridad social —la cual repito, es un derecho y no un privilegio— reafirma nuestro repudio hacia el actual esquema de subcontratación.

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